Domingo VI de Pascua. Ciclo C.

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Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 23-29

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

 

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca, la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los confines del orbe.

DOMINGO V DE PASCUA. Ciclo C

corazon

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

DOMINGO IV DE PASCUA

«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco»

P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat
(Montserrat, Barcelona, España)

Hoy, la mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: «Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.

Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”.

La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna» (Jn 10,28).

DOMINGO III DE PASCUA

Lectura orante del Evangelio: Juan 21,1-19

“Jesús es Camino real, Camino luminoso” (Beata Isabel de la Trinidad).

‘Es el Señor’.

Solo la presencia de Jesús da sentido a nuestra vida de discípulos, a nuestra misión de anunciadores del Evangelio. La ausencia de Jesús nos deja sumidos en la noche. Por eso, cuánto bien nos hacen los que lo reconocen y señalan con pasión de enamorados, son centinelas de la mañana. Cuánto bien nos hace descubrirlo en la oración mientras escuchamos su Palabra y tratamos de amistad con Él. ‘Es el Señor’. Su presencia nos llena de alegría. Jesús, Tú eres nuestro Señor, tú eres nuestra vida.

‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’

Esta pregunta que hace Jesús a Simón nos la hace a cada uno de nosotros: ‘¿Me quieres?, ¿me quieres?’ El Amor quiere ser amado. El amor a Jesús es lo que da valor a nuestra vida cristiana, a nuestra oración. No está la cosa en pensar mucho, ni siquiera en hacer mucho, sino en amar mucho. Lo decisivo no es el activismo sino el cuidado de la presencia de Jesús en medio de nosotros. Jesús se acerca, nunca se cansa de nosotros; olvida el desamor con que le hemos negado tantas veces, no da a nadie por perdido, nos ofrece de nuevo la aventura de amarle. Gracias, Jesús, por preguntarnos por lo esencial.

‘Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero’.

¡Qué hermosa confesión de amor! La hacemos nuestra. Afortunadamente, gracias a Jesús, los pecadores podemos volver a enamorarnos de Él. El amor verdadero no engaña. El amor verdadero es humilde. El amor verdadero brota de los ojos deseados que llevamos dentro dibujados. El amor verdadero se manifiesta en el abandono confiado. El amor verdadero da sentido a la oración. Jesús, tú nos conoces, tú sabes que te queremos.

‘Apacienta mis ovejas’.

En el encuentro con Jesús, Él siempre nos invita a acompañar y cuidar a los demás. Solo en Jesús, en la escucha de su Palabra, se alimenta nuestra fuerza evangelizadora. ‘Apacienta mis ovejas’. Apacentar es llevar en los labios un relato de salvación, es tener como meta la compasión. Apacentar es escuchar el latido de otros corazones y abrir en ellos brechas para que entre la vida de Jesús. Apacentar es amar de tal modo que Jesús pueda cuidar de todos. Apacentar es sanar las heridas del mundo con la misericordia de Jesús. Toda misión apacentadora se fundamenta en el amor de Jesús, recibido y dado gratuitamente. Cuando experimentamos la mirada amorosa de Jesús sobre nosotros, encontramos fortaleza para cuidar la vida de los pobres, los pequeños, los enfermos. Jesús, pones tu misión en nuestras manos. ¿Por qué confías tanto en nosotros?

‘Sígueme’.

¿Por qué nos llama Jesús a seguirle? ¿Acaso no nos conoce y sabe de qué pasta estamos hechos? No es hora de buscar razones que expliquen por qué nos llama. La llamada a seguir a Jesús siempre es gratuita, siempre es posible. La belleza está en el camino, en poner nuestros pies en sus pisadas mientras escuchamos su Palabra. Te seguimos, Jesús. Vamos contigo. Tú vienes con nosotros. ¡Qué alegría!

La Anunciación del Señor

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Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

DOMINGO II DE PASCUA (CICLO C)

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, era domingo. Deberíamos recuperar el domingo como día de descanso y de encuentro con el Señor y la comunidad. De esto podremos hablar otro día, aunque os recuerdo que podéis leer el capitulo sexto de “Laudato Sí”, que nos habla sobre la importancia del día de descanso. Es la siguiente frase del evangelio de hoy la que parece determinante: “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.

Otra vez el miedo, que paraliza, encierra, aparta, pone barreras. A nivel social lo estamos experimentando estos días: cuando el terrorismo acecha, llegan a nuestras fronteras los refugiados, nos sentimos aterrorizados o simplemente blindamos las puertas. En lo eclesial: una comunidad cerrada es una comunidad muerta. Los apóstoles están juntos, se consuelan por el fracaso de sus esperanzas, no quieren que los vean, se aíslan, viven sin alegría, lo que los une es el pasado, la muerte que los desconcierta. Cuando no se mira al futuro, aunque estemos todos juntos entre cuatro paredes, en el templo o en múltiples reuniones, es difícil llamarnos comunidad cristiana, en el interior falta la presencia del Resucitado.

Por eso Jesús viene, entra, irrumpe, pero no temáis viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que decimos que es su casa. El saludo es claro: “Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La paz y la alegría son los signos de la presencia del resucitado, en Pascua nace la comunidad cristiana, en una nueva primavera que espera renacer al futuro y construir unas relaciones distintas, basadas en el amor y la alegría serena y sencilla.

Aparece en el texto nuestro Mellizo, Tomás, estuvo ausente el domingo anterior y no acaba de entender lo de la resurrección: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Se quedó en la muerte, la cuaresma, el Viernes Santo, como a tantos cristianos, le cuesta dar el paso, lo que le hace difícil también vivir en comunidad. La comunidad exige la alegría de la Pascua, el compromiso constante de ser testigos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.

Nos lo deja claro la primera lectura de las Hechos, la llegada del Espíritu de Jesús, empuja a los que ayer estaban acobardados a dar testimonio de su fe: “Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. La comunidad pascual proclama el señorío de la vida por encima de la muerte y está presente donde parece que la muerte tiene su última palabra: Cerca de los que mueren de hambre, de bala, de accidente, de enfermedades, o de los que mueren en el espíritu a través de los odios, divisiones, angustia, depresión, desaliento… Está “en medio del pueblo” y lucha por conseguir que “todos tengan Vida y Vida en abundancia”, como nos recordará San Juan más adelante.

Es Pascua, en un tiempo en el que la mayoría no cree en el cambio de las personas, las etiqueta, las culpabiliza, ni en la transformación de la sociedad, e incluso de la Iglesia. Nosotros proclamamos con la segunda lectura del Apocalipsis:”No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde”. Y es que en nombre de este Jesús vencedor de la muerte, también nuestras comunidades parroquiales deben de disponerse a revivir la Pascua como una lucha decidida contra todas las formas de muerte.

Es tiempo de que nazcan las flores, los brotes, es tiempo de futuro, no nos encerremos entre cuatro paredes, salgamos a contar historias de misericordia, a comunicar la alegría de habernos encontrado con el Resucitado, a relatar y escribir nuestros cambios.

Julio César Rioja, cmf