Visita de la Reliquia de Bernadette

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Visita de la reliquia de Santa Bernadette.

Las reliquias llegaron en primer lugar a Segorbe, donde fueron recibidas por numerosos fieles presididos por el Obispo. Después de pasar por La Vilavella, Les Alquerías, Vila-rea, La Vall D’Uixó y Onda, el sábado llegó a la capital de la Plana. El lunes 28 el relicario de trasladó al Colegio y Seminario Mater Dei, donde Horacio Brito pronunciará una conferencia a las 11 h.  A continuación Santa Bernardita fue recibida en Onda y el día siguiente, martes 29, dejó la Diócesis dirección de Tortosa.

En nuestro Monasterio estuvo la tarde-noche del 25 al 26 por la mañana, después de celebrar la Eucaristía a las 9 de la mañana

Visita de la reliquia de Santa Bernadette.

     

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

Raniero Cantalamessa

Homilía (28-10-2007): Nuevos fariseos y publicanos

El Evangelio de este domingo es la parábola del fariseo y del publicano. Quien acuda a la iglesia el domingo oirá un comentario más o menos de este tipo. El fariseo representa el conservador que se siente en orden con Dios y con los hombres y mira con desprecio al prójimo. El publicano es la persona que ha errado, pero lo reconoce y pide por ello humildemente perdón a Dios; no piensa en salvarse por méritos propios, sino por la misericordia de Dios. La elección de Jesús entre estas dos personas no deja dudas, como indica el final de la parábola: este último vuelve a casa justificado, esto es, perdonado, reconciliado con Dios; el fariseo regresa a casa como había salido de ella: manteniendo su justicia, pero perdiendo la de Dios.

A fuerza de oírla y de repetirla yo mismo, esta explicación en cambio ha empezado a dejarme insatisfecho. No es que esté equivocada, pero ya no responde a los tiempos. Jesús decía sus parábolas para la gente que le escuchaba en aquel momento. En una cultura cargada de fe y religiosidad como aquella de Galilea y Judea del tiempo, la hipocresía consistía en ostentar la observancia de la ley y santidad, porque éstas eran las cosas que atraían el aplauso.

En nuestra cultura secularizada y permisiva, los valores han cambiado. Lo que se admira y abre camino al éxito es más bien lo contrario de otro tiempo: es el rechazo de las normas morales tradicionales, la independencia, la libertad del individuo. Para los fariseos la contraseña era «observancia» de las normas; para muchos, hoy, la contraseña es «trasgresión». Decir de un autor, de un libro o de un espectáculo que es «transgresor» es hacerle uno de los cumplidos más anhelados.

En otras palabras, hoy debemos dar la vuelta a los términos de la parábola, para salvaguardar la intención original. ¡Los publicanos de ayer son los nuevos fariseos de hoy! Actualmente es el publicano, el transgresor, quien dice a Dios: «Te doy gracias, Señor, porque no soy como aquellos fariseos creyentes, hipócritas e intolerantes, que se preocupan del ayuno, pero en la vida son peores que nosotros». Parece que hay quien paradójicamente ora así: «¡Te doy gracias, oh Dios, porque soy un ateo!».

Rochefoucauld decía que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud. Hoy es frecuentemente el tributo que la virtud paga al vicio. Se tiende, de hecho, especialmente por parte de los jóvenes, a mostrarse peor y más desvergonzado de lo que se es, para no parecer menos que los demás.

Una conclusión práctica, válida tanto en la interpretación tradicional aludida al inicio como en la desarrollada aquí, es ésta. Poquísimos (tal vez nadie) están siempre del lado del fariseo o siempre del lado del publicano, esto es, justos en todo o pecadores en todo. La mayoría tenemos un poco de uno y un poco del otro. Lo peor sería comportarnos como el publicano en la vida y como el fariseo en el templo. Los publicanos eran pecadores, hombres sin escrúpulos que ponían dinero y negocios por encima de todo; los fariseos, al contrario, eran, en la vida práctica, muy austeros y observantes de la Ley. Nos parecemos, por lo tanto, al publicano en la vida y al fariseo en el templo si, como el publicano, somos pecadores y, como el fariseo, nos creemos justos.

Si tenemos que resignarnos a ser un poco el uno y el otro, entonces que al menos sea al revés: ¡fariseos en la vida y publicanos en el templo! Como el fariseo, intentemos no ser en la vida ladrones e injustos, procuremos observar los mandamientos y pagar las tasas; como el publicano, reconozcamos, cuando estamos en presencia de Dios, que lo poco que hemos hecho es todo don suyo, e imploremos, para nosotros y para todos, su misericordia.

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

San Agustín (354-430), obispo y doctor de la Iglesia, Sermón 115, 1; PL 38, 655

«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»

¿Hay un medio más eficaz para animarnos a la oración que la parábola del juez injusto que nos ha contado el Señor? Evidentemente que el juez injusto no temía al Señor ni respetaba a los hombres. No experimentaba ninguna compasión por la viuda que recurrió a él y, sin embargo, vencido por el hastío, acabó escuchándola. Si él escuchó a esta mujer que le importunaba con sus ruegos, ¿cómo no vamos a ser escuchados nosotros por Aquel que nos invita a presentarle nuestras súplicas? Es por esto que el Señor nos ha propuesto esta comparación sacada de dos contrarios para hacernos comprender que «es necesario orar sin desanimarse». Después añade: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Si desaparece la fe, se extingue la oración. En efecto ¿quién podría orar para pedir lo que no cree? Mirad lo que dice el apóstol Pablo para exhortar a la oración: «Todos los que invocarán el nombre del Señor serán salvados». Después para hacernos ver que la fe es la fuente de la oración y que el riachuelo no puede correr si la fuente esta seca, añade: «¿Cómo van a invocar al Señor si no creen en él?» (Rm 10,13-14).

Creamos, pues, para poder orar y oremos para que la fe, que es el principio de la oración, no nos falte. La fe difunde la oración, y la oración, al difundirse obtiene, a su vez, la firmeza de la fe.

«Mira que estoy a la puerta y llamo».

«Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él. Y él conmigo» Ap 3,20«Cuando no hubiera otra cosa de ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado que Dios tiene en comunicarse con nosotros y andarnos rogando -que no me parece otra cosa- que nos estemos con El, me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de estos toques de su amor». Santa Teresa, M7, 3.9

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia

Sermón: Muchos oran pero no sabe dar gracias.

Sermones diversos, nº 27.

«¡No ha vuelto más que este extranjero!» (Lc 17,18).

En nuestros días se ve a mucha gente que ora, pero, desgraciadamente, no hay muchos que se den cuenta de lo que deben a Dios y le den gracias… «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están?» Creo que os acordáis que es con estas palabras que el Señor se lamentaba de la ingratitud de los otros nueve leprosos. Leemos que bien sabían «orar, suplicar, pedir» porque levantaron la voz para exclamar: «Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros». Pero les faltó una cuarta cosa que es la que reclama san Pablo: «la acción de gracias» (1Tm 2, 1), porque no regresaron y no dieron gracias a Dios.

También vemos en nuestros días que hay un cierto número de personas que piden a Dios con insistencia lo que les hace falta, pero tan sólo un número reducido de entre ellos parece reconocer los beneficios recibidos. No hay nada malo en pedir con insistencia, pero lo que hace que Dios no nos escuche es porque se da cuenta que nos falta agradecimiento. Al fin y al cabo es quizás un acto de su clemencia el no dar a los ingratos lo que piden, para que no sean juzgados con más rigor a causa de su ingratitud… Es pues a causa de su misericordia que Dios, a veces, retiene su misericordia…

Podéis bien ver cómo todos los que son curados de la lepra del mundo, quiero decir de desórdenes evidentes, no se aprovechan de su curación. En efecto, muchos están secretamente afectados de una úlcera peor que la lepra, tanto más peligrosa porque es más interior. Es por esta razón que el Salvador del mundo pregunta donde están los otros nueve leprosos, porque los pecadores se alejan de la salvación. Por eso Dios preguntó al primer hombre después de su pecado: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9).

Dichoso este leproso samaritano que reconoció que «no tenía nada que no lo hubiera recibido» (1Co 4,7). Él «guardó hasta el último día el encargo que se le había confiado» (2Tm 1,12) y regresó donde estaba el Señor para darle gracias. Dichoso aquel que, a cada don de la gracia, vuelve hacia aquél en quien se encuentra la plenitud de toda gracia, porque si somos agradecidos con él por todo lo que hemos recibido, preparamos en nosotros mismos un lugar para la gracia… más abundantemente. En efecto, sólo nuestro desagradecimiento puede parar nuestro progreso en el camino de nuestra conversión…

Dichoso, pues, el que se mira como un extranjero, y sabe dar abundantemente las gracias incluso por los más pequeños beneficios recibidos, teniendo en cuenta que todo lo que se da a un extranjero y a un desconocido es un don puramente gratuito. Por el contrario, que desdichados y miserables somos cuando, después de habernos mostrado timoratos, humildes y devotos olvidamos seguidamente cuán gratuito es lo que hemos recibido…

Os ruego, pues, hermanos, mantengámonos cada vez más humildes bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6)… Mantengámonos con gran devoción en la acción de gracias y nos concederá la única gracia que puede salvar nuestras almas. Seamos agradecidos, no sólo de palabra o con la punta de los labios, sino por las obras y en verdad.