DOMINGO IV DE ADVIENTO (Ciclo C)

San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia

Sermón:

Primer sermón sobra la dormición de María; SC 80, 101ss.

«¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme?» (Lc 1,).

“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…” (Lc 1,42) De hecho, las generaciones te proclamarán dichosa, como tú los has anunciado. Las hijas de Jerusalén, es decir, la Iglesia, te han visto y proclaman tu felicidad… En efecto, tú eres el trono real rodeado de ángeles contemplando al Maestro y Creador que está sentado en él. (cf Dt 7,9). Eres el Edén espiritual, más sagrado y más sublime que el anterior. En el primero habitaba el Adán de la tierra; en ti, el Señor del cielo. (1Cor 15,47) El arca de Noé es la prefiguración de tu ser porque guardó en si el germen de la segunda creación. Tú das a luz a Cristo, la salvación del mundo por la cual quedaron sepultados los pecados y apaciguadas las aguas.

En la antigüedad has sido prefigurada por la zarza ardiente, dibujada por las tablas escritas por Dios (cf Ex 31,18) contada por el arca de la alianza. Has sido prefigurada por la urna de oro, el candelabro…, la vara de Aarón florida (Nm 17,23)…Me iba a olvidar de la escala de Jacob. Así como Jacob vio el cielo y la tierra unidos por la escala, y los ángeles que subían y bajaban por ella, y a Aquel que es el invencible y el único fuerte, luchar con él una lucha simbólica, así tú misma has sido hecha medianera y escala por la que Dios descendió hacia nosotros y tomó sobre si la debilidad de nuestra sustancia, abrazándola y uniéndola estrechamente a si.

DOMINGO III DE ADVIENTO (Ciclo C)

Orígenes, presbítero

Homilía: Seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar

Homilía 26 sobre el evangelio de san Lucas, 3-5: SC 87, 341-343.

«Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3,16).

El bautismo de Jesús es un bautismo en Espíritu Santo y fuego. Si eres santo, serás bautizado en el Espíritu, si pecador, serás sumergido en el fuego. Un mismo e idéntico bautismo se convertirá para los indignos y pecadores en fuego de condenación, mientras que a los santos, a los que con fe íntegra se convierten al Señor, se les otorgará la gracia del Espíritu Santo y la salvación.

Ahora bien, aquel de quien se afirma que bautiza con Espíritu Santo y fuego, tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.

Quisiera descubrir la razón por la que nuestro Señor tiene la horca y cuál es ese viento que, al soplar, dispersa por doquier la leve paja, mientras que el grano de trigo cae por su propio peso en un mismo lugar: de hecho, sin el viento no es posible separar el trigo de la paja.

Pienso que aquí el viento designa las tentaciones que, en el confuso acervo de los creyentes, demuestran quiénes son la paja, y quiénes son grano. Pues cuando tu alma ha sucumbido a una tentación, no es que la tentación te convierta en paja, sino que, siendo como eras paja, esto es, ligero e incrédulo, la tentación ha puesto al descubierto tu verdadero ser. Y por el contrario, cuando valientemente soportas las tentaciones, no es que la tentación te haga fiel y paciente, sino que esas virtudes de paciencia y fortaleza, que albergabas en la intimidad, han salido a relucir con la prueba: «¿Piensas –dice el Señor– que al hablarte así tenía yo otra finalidad sino la de manifestar tu justicia?». Y en otro lugar: Te he hecho pasar hambre para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones.

De idéntica forma, la tempestad no permite que se mantenga en pie un edificio construido sobre arena; por tanto, si te dispones a construir, construye sobre roca. La tempestad desencadenada no logrará derrumbar lo cimentado sobre roca; pero lo cimentado sobre arena se tambalea, demostrando así que no está bien cimentado. Por consiguiente, antes que se desate la tormenta, antes de que arrecien los vientos, y los ríos salgan de madre, mientras aún está todo en calma, centremos toda nuestra atención en los cimientos de la construcción, edifiquemos nuestra casa con los variados y sólidos sillares de los divinos preceptos, de modo que, cuando se cebe la persecución y arrecie la tormenta suscitada contra los cristianos, podamos demostrar que nuestro edificio está construido sobre la roca, que es Cristo Jesús.

Y si alguien –no lo quiera Dios– llegare a negarlo, piense éste tal que no negó a Cristo en el momento en que se visibilizó la negación, sino que llevaba en sí inveterados los gérmenes y las raíces de la negación: en el momento de la negación se hizo patente su realidad interior, saliendo a la luz pública.

Oremos, pues, al Señor para que seamos un edificio sólido, que ninguna tormenta consiga derribar, cimentado sobre la roca, es decir, sobre nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

«Juan de la Cruz, alumbra con tu Noche nuestros días.»

«Juan de la Cruz, que solo en Dios ardías,
Juan de la Cruz, alumbra con tu noche nuestros días»

(Himno a San Juan de la Cruz, letra de J. L. Martín Descalzo)

FELIZ DÍA DE SAN JUAN DE LA CRUZ!!! Cantor de la hermosura de Dios, de la noche del espíritu, del TODO que es Dios mismo, que se nos da y regala. Poeta y maestro espiritual. Una de sus más bellas oraciones:

ORACIÓN DEL ALMA ENAMORADA

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DOMINGO I DE ADVIENTO (Ciclo C)

San Bernardo de Claraval

Sermón: Aguardamos al Salvador.

Sermón 4 en el Adviento del Señor, 1, 3-4: Opera omnia, edit. cister. 4, 1966, 182-185.

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Ha llegado el momento, hermanos, de que el juicio empiece por la casa de Dios. ¿Cuál será el final de los que no han obedecido al evangelio de Dios? ¿Cuál será el juicio a que serán sometidos los que en este juicio no resucitan? Porque quienes se muestran reacios a dejarse juzgar por el juicio presente, en el que el jefe del mundo este es echado fuera, que esperen o, mejor, que teman al Juez quien, juntamente con su jefe, los arrojará también a ellos fuera. En cambio nosotros, si nos sometemos ya ahora a un justo juicio, aguardemos seguros un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Entonces los justos brillarán, de modo que puedan ver tanto los doctos como los indoctos: brillarán como el sol en el Reino de su Padre.

Cuando venga el Salvador transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, a condición sin embargo de que nuestro corazón esté previamente transformado y configurado a la humildad de su corazón. Por eso decía también: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Considera atentamente en estas palabras que existen dos tipos de humildad: la del conocimiento y la de la voluntad, llamada aquí humildad del corazón. Mediante la primera conocemos lo poco que somos, y la aprendemos por nosotros mismos y a través de nuestra propia debilidad; mediante la segunda pisoteamos la gloria del mundo, y la aprendemos de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo; que buscado para proclamarlo rey, huye; buscado para ser cubierto de ultrajes y condenado al ignominioso suplicio de la cruz, voluntariamente se ofreció a sí mismo.