DOMINGO V DE CUARESMA (Ciclo A)

John Henry Newman

Obras: Le hizo salir de la tumba para entrar Él

«Marta le dijo: Sí, Señor, yo creo» (Jn 11, 27)
«Las lágrimas de Cristo en la tumba de Lázaro» PPS, vol. 3, n. 10

Cristo vino para resucitar a Lázaro, pero el impacto de este milagro será la causa inmediata de su arresto y crucifixión (Jn 11, 46 s). Sintió que Lázaro estaba despertando a la vida a precio de su propio sacrificio, sintió que descendía a la tumba, de dónde había hecho salir a su amigo. Sentía que Lázaro debía vivir y él debía morir, la apariencia de las cosas se había invertido, la fiesta se iba a hacer en casa de Marta, pero para él era la última pascua de dolor. Y Jesús sabía que esta inversión había sido aceptada voluntariamente por él. Había venido desde el seno de su Padre para expiar con su sangre todos los pecados de los hombres, y así hacer salir de su tumba a todos los creyentes, como a su amigo Lázaro, devolviéndolos a la vida, no por un tiempo, sino para toda la eternidad.

Mientras contemplamos la magnitud de este acto de misericordia, Jesús le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.»

Hagamos nuestras estas palabras de consuelo, tanto en la contemplación de nuestra propia muerte, como en la de nuestros amigos. Dondequiera que haya fe en Cristo, allí está el mismo Cristo. Él le dijo a Marta: «¿Crees esto?». Donde hay un corazón para responder: «Señor, yo creo», ahí Cristo está presente. Allí, nuestro Señor se digna estar, aunque invisible, ya sea sobre la cama de la muerte o sobre la tumba, si nos estamos hundiendo, o en aquellos seres que nos son queridos. ¡Bendito sea su nombre! nada puede privarnos de este consuelo: vamos a estar tan seguros, a través de su gracia, de que Él está junto a nosotros en el amor, como si lo viéramos. Nosotros, después de nuestra experiencia de la historia de Lázaro, no dudamos un instante que él está pendiente de nosotros y permanece a nuestro lado.

DOMINGO III DE CUARESMA (Ciclo A)

Agustín de Hipona

Sobre el Evangelio de san Juan: Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Tratado 15, 10-12. 16-17: CCL 36, 154-156


Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua.

Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

DOMINGO II DE CUARESMA (Ciclo A)

San Juan Damasceno, Homilía sobre la Transfiguración : PG 96, 545

«Este es mi Hijo amado»

Hoy, es el abismo de la luz inaccesible. Hoy, sobre el Tabor, la efusión infinita del resplandor divino brilla ante los apóstoles. Hoy Jesucristo se manifiesta como maestro de la Antigua y de la Nueva Alianza… Hoy sobre el Tabor, Moisés, el legislador de Dios, el padre de la Antigua Alianza, asiste como un servidor, a su maestro, Cristo, el dador de la Ley. Y reconoce su designio al que lo había iniciado en el pasado por prefiguración; esto es lo que significa, en mi opinión, «ver a Dios de espalda» (Ex 33,23). Ahora ve claramente la gloria de la divinidad, «albergado en la ranura de la roca» (Ex 33,22), pero «esta roca era Cristo» (1Co 10,4), como Pablo lo ha enseñado expresamente: el Dios encarnado, Verbo y Señor…

Hoy el padre de la Nueva Alianza, que había…proclamado a Cristo como Hijo de Dios diciendo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16), ve al padre de la Antigua Alianza, que se mantiene cerca del donante de la una y otra, y que le dice: «He aquí El que es. He aquí, entonces, del que he dicho que surgirá un profeta (Ex 3,14; Dt 18,15; Hch 3,22) – como yo, en cuanto hombre y como jefe del nuevo pueblo pero por encima de mí y de toda criatura, que dispone para mí y para ti, los dos alianzas, la Antigua y la Nueva»…

Venid pues, ¡obedezcamos a David el profeta! ¡Cantemos a nuestro Dios, cantemos a nuestro Rey, cantemos! «El es el Rey de toda la tierra» (Sal. 46,7-8). Cantemos con sabiduría; cantemos con alegría… Cantemos también al Espíritu «que lo sondea todo, incluso las profundidades de Dios» (1Co 2,10), veamos, en esta luz del Padre, que es el Espíritu iluminando todas las cosas, la luz inaccesible, el Hijo de Dios. Hoy se manifiesta lo que los ojos de carne no pueden ver: un cuerpo terrestre irradiando esplendor divino, un cuerpo mortal rebosando la gloria de la divinidad… Las cosas humanas pasan a ser las de Dios, y las divinas las de los humanos.