DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

En la recompensa seremos, pues, todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque el denario es la vida eterna y en la vida eterna todos serán iguales. Aunque unos brillarán más, otros menos, según la diversidad de los méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto lo que en ambos casos será sempiterno; lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. De un modo estará allí la castidad conyugal y de modo distinto la integridad virginal; de un modo el fruto del bien obrar y de otro la corona del martirio. Un estado de vida de un modo, otro estado de otro; sin embargo, por lo que respecta a la vida eterna, ninguno vivirá más que el otro. Viven igualmente sin fin, aunque cada uno viva en su propia gloria. Y el denario es la vida eterna. No murmure, pues, el que lo recibió después de mucho tiempo contra el otro que lo recibió tras poco. A uno se le da como recompensa, a otro se le regala; pero a uno y a otro se otorga lo mismo.

7. Existe también en esta vida algo semejante. Dejemos de lado la solución de esta parábola, según la cual a las seis de la mañana fueron llamados Abel y los justos de su época; a las nueve, Abrahán y los justos de su época; a mediodía, Moisés y Aarón y los justos de su época; a las tres de la tarde, los profetas y los justos contemporáneos suyos, y a las cinco de la tarde, como al final del mundo, todos los cristianos. Dejando de lado esta explicación de la parábola, también en nuestra propia vida puede advertirse una semejanza que la explica. Se toman como llamados a las seis de la mañana quienes empiezan a ser cristianos nada más salir del seno de su madre como a las seis de la mañana, los muchachos; como a mediodía, los jóvenes; como a las tres de la tarde, los que se encaminan a la vejez, y como a las cinco de la tarde, los ya totalmente decrépitos. Todos, sin embargo, han de recibir el único denario de la vida eterna.

San Agustín, obispo. Sermón: Dios nos cultiva.

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

SAN  JUAN CRISÓSTOMO

«De modo que no encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar continuamente y siempre. Esto por lo menos declaró por la parábola puesta seguidamente. No quería que nadie pensara que era algo extraordinario y pesado lo que Él mandaba de perdonar hasta setenta veces siete. De ahí añadir esta parábola con la que intenta justamente llevarnos al cumplimiento de su mandato, reprimir un poco de orgullo de Pedro y demostrar que el perdón no es cosa difícil, sino extraordinariamente fácil.

«En ella nos puso delante un propia benignidad a fin de que nos demos cuenta, por contraste, de que, aun cuando perdonemos setenta veces siete, aun cuando perdonemos continuamente todos los pecados absolutamente de nuestro prójimo, nuestra misericordia al lado de la suya, es como una gota de agua junto al océano infinito. O, por mejor decir, mucho más atrás se queda nuestra misericordia junto a la bondad infinita de Dios, de la que, por otra parte, nos hallamos necesitados, puesto que tenemos que ser juzgados y rendirle cuenta» (Homilía 61,1, sobre San Mateo).

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia

Homilía: Divorcio entre fe y vida

Homilía 8 sobre la carta a los Romanos, 8; PG 60, 464-466.

«Allí estoy yo, en medio de ellos» (Mt 18,20)

Cuando os digo de imitar al apóstol Pablo, no es que os diga: Resucitad a los muertos, curad a los leprosos. Sino que os digo lo mejor: tened caridad. Tened el mismo amor que animaba a san Pablo, porque esta virtud es muy superior al poder de hacer milagros. Allí donde hay caridad, el Hijo de Dios reina con su Padre y el Espíritu Santo. Él mismo lo ha dicho: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Amar es encontrarse unidos, es el carácter de una amistad tan fuerte como real.

Me diréis: ¿Es que hay gente tan miserable como para no desear tener a Cristo en medio de ellos? Sí, nosotros mismos, hijos míos; le echamos de entre nosotros cuando luchamos los unos contra los otros. Me diréis: ¿Qué dices? ¿No ves como estamos reunidos en su nombre, todos dentro las mismas paredes, en el recinto de la misma iglesia, atentos a la voz de nuestro pastor? No hay la más pequeña disensión en la unidad de nuestros cánticos y plegarias, escuchando juntos a nuestro pastor. ¿Dónde está la discordia?

Sé bien que estamos en el mismo aprisco y bajo el mismo pastor. Y no puedo llorar más amargamente… Porque si en este momento estáis pacíficos y tranquilos, al salir de la iglesia éste critica al otro; uno injuria públicamente a otro, uno se encuentra devorado por la envidia, los celos o la avaricia; el otro medita la venganza, otro la sensualidad, la duplicidad o el fraude. […] Respetad, respetad pues, esta mesa santa de la cual comulgamos todos; respetad a Cristo inmolado por todos; respetad el sacrificio que se ofrece sobre este altar en medio de nosotros.

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

Lectura orante del Evangelio: Mateo  16, 21-27

“Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho” (San Francisco).   

Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho.

Jesús tiene una vida y un lenguaje provocativos. Camina con libertad. Quiere entregar la vida para que el fuego del reino prenda en la tierra. Desea nuestro bien. No busca un halago fácil que nos deje vacíos. Nos propone una vida auténtica y plena, solidaria y feliz, crucificada y resucitada. Nos habla de lo que tanto nos cuesta entender: del misterio de la cruz, de saber perder para ganar. Él va delante, el primero, decidido a amar. Su propuesta de vida: una cruz en la que está la salvación del mundo. Jesús, enséñanos a orientar la vida hacia la salvación.  

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle: ‘¡No lo permita Dios, Señor!

Mentalidades opuestas, frente a frente. Mentalidad del mundo y mentalidad de Jesús. Una sabiduría de triunfadores, donde lo que importa es el ego que deja las orillas del mundo llenas de cruces sin redimir; y enfrente, la sabiduría de la cruz que da esperanza a todos los humillados y no cierra las fronteras a los hambrientos ni deja sin hogar a los que buscan refugio huyendo de las guerras. La cruz, como signo de la vida que se da, frente a estilos de vida que buscan siempre la propia ganancia y no quieren ver el sufrimiento de los pobres aunque lo causen. Ponnos a prueba, Señor. Mira si nuestro camino se desvía, guíanos por el camino de la verdad y del amor.

Jesús se volvió y dijo a Pedro: ‘Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar’.

El proyecto de Jesús muestra el camino del amor, un amor fiel, que no se echa para atrás ante las dificultades; un amor que vale más que la vida y que, por eso, está dispuesto a entregarla por amor. Jesús ofrece un modo generoso de vivir pensando en los demás. Satanás, el que aleja de los caminos de Dios, tiene sumo empeño en que este proyecto sea entendido como insensato, trasnochado, irracional, inaceptable. Cuando rebajamos la radicalidad del seguimiento de Jesús y escondemos la luz y la cruz, jugamos con el amor, nuestra vida pierde su verdadero sentido, a muchos pobres se les va a chorros la esperanza. ¿Qué futuro le espera a una humanidad dividida donde muchos buscan su propio interés olvidando el bien de todos? ¿Cómo se puede ser feliz si los demás no lo son? Si nuestros pasos se alejan de ti, Jesús, acércate y oriéntanos, no dejes que nuestra vida se pierda en la mentira

‘El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’.

Tras este diálogo tenso, también orante, Jesús reitera su propuesta: cargar con la cruz y seguirle. Así como el Padre nos ama en el abrazo de Cristo crucificado, así nosotros, sin desviar la mirada de Jesús, podemos amar a la humanidad llevando la cruz de cada día. No hay cristianismo sin cruz, porque no hay amor sin cruz. La cruz, que las crónicas del mundo llaman derrota o fracaso, lleva dentro auroras de libertad y de alegría, de resurrección. En la cruz de Jesús está la vida y el consuelo. Ella sola es el camino para el cielo. Siempre contigo, Jesús. Siempre, siguiendo tus huellas.