«Hasta el viento y las aguas le obedecen.»

barca de jesus - Cristianos.com

cruzLectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-40

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

—«Vamos a la otra orilla».Dejando a la gente, se lo llevaron en la barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole:—«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?».

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:

—«¡Silencio, cállate!».

El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:

—«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?».

Se quedaron espantados y se decían unos a otros:

—«¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!».

Palabra del Señor. 

Salmo responsorial: Salmo 106

R. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano. R.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo. R.

Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar. R.

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres. R.

«Mi casa es casa de oración.»

«Santificó el Señor su tabernáculo, porque esta es la Casa de Dios donde se invoca su nombre del cual está escrito: Mi Nombre habitará allí, -dice el Señor-.»

Cada año tiene lugar en nuestro Monasterio una celebración litúrgica de gran significado y riqueza espiritual. La Dedicación de nuestra Iglesia, la Consagración del Templo, realizada un 14 de junio de 1957 por D. Vicente Enrique Tarancón, Cardenal, q.e.p.d.

Las doce velas permanecen encendidas desde las I Vísperas, significando las doce columnas sobre las que se fundamenta el edificio, las doce tribus de Israel.

El templo espiritual somos cada uno de nosotros, donde mora Dios y se realiza el Encuentro con El. Nuestra Iglesia es el lugar de culto que cuidamos con esmero para que Dios sea alabado y glorificado; queriendo que nuestro corazón sea también el lugar donde el Señor sea acogido. Al igual que a Zaqueo el Señor nos dice: «Hoy tengo que alojarme en tu casa», y, «Hoy Dios ha dado la salvación a esta casa».

«Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos». Salmo 83

Es la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra.  Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.  La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.  Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?  Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender.  Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Mc, 4, 26-34

Benedicto XVI

Ángelus (17-06-2012): El Reino: Crecimiento y contraste

«El Reino de los Cielos es como una semilla» (cf. Mc 4,31)
Domingo XI del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).

La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza.

El Reino de los cielos se parece…

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra.  Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.  La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.  Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?  Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender.  Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Mc, 4, 26-34

Benedicto XVI

Ángelus (17-06-2012): El Reino: Crecimiento y contraste

«El Reino de los Cielos es como una semilla» (cf. Mc 4,31)
Domingo XI del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, de la obra fecunda de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino; el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera pacientemente sus frutos. La cosecha final nos hace pensar en la intervención conclusiva de Dios al final de los tiempos, cuando él realizará plenamente su reino. Ahora es el tiempo de la siembra, y el Señor asegura su crecimiento. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios» (cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola).

La segunda parábola utiliza también la imagen de la siembra. Aquí, sin embargo, se trata de una semilla específica, el grano de mostaza, considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa bien el misterio del reino de Dios. En las dos parábolas de hoy ese misterio representa un «crecimiento» y un «contraste»: el crecimiento que se realiza gracias al dinamismo presente en la semilla misma y el contraste que existe entre la pequeñez de la semilla y la grandeza de lo que produce. El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza.