«Este es mi Hijo, el Amado. Escuchadle.»

Domingo segundo de Cuaresma en el que contemplamos a Jesús transfigurado en el Monte Tabor en presencia de sus tres discípulos Pedro, Juan y Santiago. Y en compañía, por aparición, de Moisés y Elías. La Ley y la Profecía representada por ellos ve su cumplimiento en la Persona de Cristo.

Era necesario este testimonio para los discípulos, que no podían entender que un poco antes Jesús les anunció su Muerte y su Pasión, a lo que Pedro le dijo que no podía ocurrirle eso, que no se podía consentir. Después de la visión tampoco entendían nada, y, es más, discutían qué quería decir eso de resucitar de entre los muertos.

La gloria del Señor está velada por su humanidad y nuestros sufrimientos, pruebas, sacrificios, todo tiene un halo de gloria que lo acompaña aunque no lo veamos. El Misterio de su Muerte Pasión y Resurrección da sentido a nuestras vidas. A todo cuanto en nuestro camino se ofrece para atravesar, a veces sin entender.

Seguimos el itinerario que la Iglesia nos ofrece como catequesis para recorrer este camino cuaresmal que se nos regala un año más.

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