FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR. Domingo XVIII del T.O.

Como en estos días hemos estado leyendo el Génesis, y últimamente, los relatos  en los que se cuenta cuan resplandeciente era el rostro de Moisés cada vez que salía de hablar con Dios, pienso en este resplandor de su persona que Jesús permite que los discípulos vean.

Pero en este caso no es un resplandor reflejado, recibido; aquí es la misma belleza del rostro de Dios, confirmada por el Padre desde la nube, y que Jesús en su entrega total, comparte con los discípulos.

A nosotros, hombres y mujeres de este tiempo también nos llega este resplandor de Dios a través de la oración, de acercarnos a Jesucristo en nuestro corazón, de compartir su vida en la nuestra. Y mientras hacemos esto, también nosotros nos transfiguramos, nos convertimos en otras personas que saben amar a los que los odian, que perdonan a los que los ofenden, que se sienten felices cuando los humillan, porque ya no vivimos nosotros, sino Cristo.